El último cuerpo que se ha observado que chocara con Júpiter era un asteroide o cometa de menos de un kilómetro de diámetro, creen los investigadores que han estudiado los efectos, perfectamente visibles, del impacto, el primero detectado desde el del cometa Shoemaker-Levy 9, justo 15 años antes. En los dos estudios publicados ahora participa el grupo de Ciencias Planetarias de la Universidad del País Vasco, liderado por Agustín Sánchez Lavega, junto a otros investigadores españoles.
Fue un astrónomo aficionado australiano quien, el pasado 19 de julio, descubrió la presencia de una mancha negra de grandes dimensiones cerca de la región polar del planeta Júpiter, el mayor del Sistema Solar. El impacto ocurrió apenas unas tres o cuatro horas antes de la detección de la mancha, en el lado oscuro (es decir, de noche) de Júpiter, por lo que no pudo ser observado directamente, y en una latitud muy alta, cerca del polo Sur del planeta. La trayectoria fue opuesta a la que siguieron los fragmentos del cometa Shoemaker-Levy 9.
Alertados los grandes observatorios del mundo, entre ellos el telescopio Hubble, confirmaron en pocas horas que la mancha era el residuo de cenizas dejado tras el impacto de un cometa o asteroide.
Según los análisis, publicados en Astrophysical Journal Letters, la mancha principal, una nube muy negra formada por los residuos del impacto, alcanzó un tamaño de unos 5.000 kilómetros en la atmósfera de Júpiter, si bien estaba rodeada por un halo producido por la caída del material expulsado de la atmósfera de hasta 8.000 kilómetros, un tamaño entre el de Marte y el de la Tierra. "No sabemos si la densa nube de partículas muy finas (apenas una milésima de milímetro) pero muy negras es un producto de los residuos del objeto o bien fueron producidas por las enormes temperaturas generadas en la atmósfera de Júpiter por el impacto", explica Sánchez Lavega.
En los días siguientes, las cenizas fueron arrastradas por los vientos de Júpiter -que son suaves en estas latitudes- de manera análoga a las del volcán islandés actualmente en actividad. Existen dudas sobre si el astro que impactó en la superficie de Júpiter fue un cometa o un asteroide. Suponiendo que su naturaleza fuese cometaria -es decir, estuviera formado fundamentalmente por sustancias heladas-, el tamaño del bólido habría rondado los 500 metros.
Este segundo impacto detectado con claridad en Júpiter, después de el del cometa Shoemaker-Levy, indica que, probablemente, la caída de objetos de tamaños de 0,5 a 1 kilómetros sobre el planeta es más frecuente de lo que se pensaba: hasta ahora se estimaba en un impacto cada 50 a 250 años como promedio, pero con los nuevos datos puede resultar que acontecimientos como éste podrían ocurrir cada 10 o 15 años.
"El estudio de los impactos en los planetas nos ayuda a entender mejor los que pudieran producirse con la Tierra", concluye Sánchez Lavega. "Si este objeto hubiese impactado con nuestro planeta hubiera producido un enorme cataclismo. Afortunadamente cerca de nosotros hay pocos objetos de este tamaño, y en cierto sentido Júpiter es un paraguas protector, ya que con su enorme gravedad atrae fuertemente hacia sí los objetos errantes del Sistema Solar que pasan por sus proximidades".
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